El calor dificulta el aprendizaje
El estudio, liderado por Konstantina Vasilakopoulou (Real Instituto Tecnológico de Melbourne) y Matthaios Santamouris (Universidad de Nueva Gales del Sur), recoge datos de más de catorce millones de estudiantes en 61 países, y llega a la conclusión de que la exposición prolongada al calor afecta negativamente al aprendizaje.
Las altas temperaturas suponen una seria amenaza para la salud y el bienestar de las personas, pero sus efectos van más allá de los golpes de calor o las enfermedades cardiovasculares: también afectan de manera profunda al rendimiento cognitivo y al aprendizaje, sobre todo cuando la exposición se prolonga durante meses o años. En contextos educativos, este estrés térmico acumulativo puede traducirse en pérdidas de capacidad de atención, memoria de trabajo y resolución de problemas, con un impacto especialmente visible en tareas complejas como las matemáticas.
Cuando los estudiantes pasan largos periodos en aulas calurosas sin ventilación adecuada ni refrigeración, su cerebro se ve forzado a mantener un esfuerzo adicional para regular la temperatura corporal. Esta demanda fisiológica compite con los recursos mentales necesarios para procesar información, fijar conocimientos y resolver ejercicios. Estudios extensos, que abarcan a millones de alumnos en docenas de países, muestran que cada día extra por encima de una temperatura umbral —por ejemplo, más de 30 °C— se asocia con una caída medible en el rendimiento en exámenes estándar.
El calor como factor de desigualdad educativa
El estudio muestra que el problema se agrava en entornos desfavorecidos. Las escuelas con menos recursos suelen carecer de aire acondicionado o sistemas de ventilación eficientes, y los alumnos provienen de hogares donde el acceso a refrigeración doméstica es limitado o inexistente. En estas condiciones, el calor se convierte en un factor de desigualdad: mientras que en centros de mayores ingresos los estudiantes cuentan con aulas climatizadas, en barrios pobres el calor se acumula durante todo el día y las pérdidas de aprendizaje se acumulan curso tras curso. Así, los alumnos de grupos socioeconómicos desfavorecidos sufren una merma de hasta tres veces mayor que la de sus compañeros de hogares más acomodados.
Estos efectos no se limitan a momentos puntuales de exámenes en fechas calurosas, sino que se acumulan a lo largo de años escolares. Las investigaciones de largo plazo revelan que la exposición a temperaturas elevadas durante uno a cinco años antes de las pruebas escolares reduce el “capital cognitivo” de los estudiantes, es decir, el conjunto de conocimientos y habilidades adquiridas de manera continua. Cada año adicional de calor extremo contribuye a un retroceso en la trayectoria de aprendizaje, con un impacto más acusado en asignaturas que exigen memoria de trabajo y razonamiento complejo.
Un efecto más negativo en materias más complejas
El deterioro es más pronunciado en las matemáticas porque estas tareas dependen en gran medida de la memoria de trabajo, de la atención sostenida y de circuitos cerebrales especialmente sensibles al sobrecalentamiento.
La lectura y la comprensión de textos, fundamentadas en gran parte en la memoria a largo plazo y en procesos ya automatizados, resultan menos vulnerables. Por eso, mientras las puntuaciones en lengua pueden disminuir ligeramente, las de matemáticas caen en mayor medida cuando los alumnos soportan calor extremo.
Además, los jóvenes son biológicamente más vulnerables al calor que los adultos. Su relación superficie/masa favorece una mayor ganancia de calor, y sus sistemas de sudoración aún no funcionan con tanta eficiencia. En consecuencia, el alumnado de primaria y primeros cursos de secundaria sufre impactos cognitivos más fuertes que el de cursos superiores. Esto significa que los efectos del calor no están distribuidos de forma uniforme a lo largo de la vida escolar, sino que golpean con más dureza en etapas tempranas, complicando el desarrollo de competencias básicas.
El calor dificulta el aprendizaje
El estudio, liderado por Konstantina Vasilakopoulou (Real Instituto Tecnológico de Melbourne) y Matthaios Santamouris (Universidad de Nueva Gales del Sur), recoge datos de más de catorce millones de estudiantes en 61 países, y llega a la conclusión de que la exposición prolongada al calor afecta negativamente al aprendizaje.
Las altas temperaturas suponen una seria amenaza para la salud y el bienestar de las personas, pero sus efectos van más allá de los golpes de calor o las enfermedades cardiovasculares: también afectan de manera profunda al rendimiento cognitivo y al aprendizaje, sobre todo cuando la exposición se prolonga durante meses o años. En contextos educativos, este estrés térmico acumulativo puede traducirse en pérdidas de capacidad de atención, memoria de trabajo y resolución de problemas, con un impacto especialmente visible en tareas complejas como las matemáticas.
Cuando los estudiantes pasan largos periodos en aulas calurosas sin ventilación adecuada ni refrigeración, su cerebro se ve forzado a mantener un esfuerzo adicional para regular la temperatura corporal. Esta demanda fisiológica compite con los recursos mentales necesarios para procesar información, fijar conocimientos y resolver ejercicios. Estudios extensos, que abarcan a millones de alumnos en docenas de países, muestran que cada día extra por encima de una temperatura umbral —por ejemplo, más de 30 °C— se asocia con una caída medible en el rendimiento en exámenes estándar.
El calor como factor de desigualdad educativa
El estudio muestra que el problema se agrava en entornos desfavorecidos. Las escuelas con menos recursos suelen carecer de aire acondicionado o sistemas de ventilación eficientes, y los alumnos provienen de hogares donde el acceso a refrigeración doméstica es limitado o inexistente. En estas condiciones, el calor se convierte en un factor de desigualdad: mientras que en centros de mayores ingresos los estudiantes cuentan con aulas climatizadas, en barrios pobres el calor se acumula durante todo el día y las pérdidas de aprendizaje se acumulan curso tras curso. Así, los alumnos de grupos socioeconómicos desfavorecidos sufren una merma de hasta tres veces mayor que la de sus compañeros de hogares más acomodados.
Estos efectos no se limitan a momentos puntuales de exámenes en fechas calurosas, sino que se acumulan a lo largo de años escolares. Las investigaciones de largo plazo revelan que la exposición a temperaturas elevadas durante uno a cinco años antes de las pruebas escolares reduce el “capital cognitivo” de los estudiantes, es decir, el conjunto de conocimientos y habilidades adquiridas de manera continua. Cada año adicional de calor extremo contribuye a un retroceso en la trayectoria de aprendizaje, con un impacto más acusado en asignaturas que exigen memoria de trabajo y razonamiento complejo.
Un efecto más negativo en materias más complejas
El deterioro es más pronunciado en las matemáticas porque estas tareas dependen en gran medida de la memoria de trabajo, de la atención sostenida y de circuitos cerebrales especialmente sensibles al sobrecalentamiento.
La lectura y la comprensión de textos, fundamentadas en gran parte en la memoria a largo plazo y en procesos ya automatizados, resultan menos vulnerables. Por eso, mientras las puntuaciones en lengua pueden disminuir ligeramente, las de matemáticas caen en mayor medida cuando los alumnos soportan calor extremo.
Además, los jóvenes son biológicamente más vulnerables al calor que los adultos. Su relación superficie/masa favorece una mayor ganancia de calor, y sus sistemas de sudoración aún no funcionan con tanta eficiencia. En consecuencia, el alumnado de primaria y primeros cursos de secundaria sufre impactos cognitivos más fuertes que el de cursos superiores. Esto significa que los efectos del calor no están distribuidos de forma uniforme a lo largo de la vida escolar, sino que golpean con más dureza en etapas tempranas, complicando el desarrollo de competencias básicas.
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